La historia de cómo Gabriel García Márquez se convirtió en hincha del Junior de Barranquilla. Este es un relato lleno de pasión y nostalgia, que nos transporta a los años finales de la década de 1940 y comienzos de los 50. En esa época el escritor aún se desempeñaba como periodista en El Heraldo de Barranquilla.
Este 17 de abril se cumplieron 10 años del fallecimiento del premio Nobel de Literatura. Por eso, en Opine en deporte te traemos la historia en la que él mismo contó el momento en que se hizo fanático del fútbol.
El fútbol colombiano vivía un momento histórico con el fenómeno conocido como El Dorado, que atrajo a los mejores jugadores del mundo al campeonato nacional.
Gabriel García Márquez y su afición al fútbol
Fue durante ese período que García Márquez cayó bajo el hechizo del Junior. Fue testigo de una emocionante victoria del equipo tiburón sobre el poderoso Millonarios de Di Stéfano, Pedernera y Rossi. En un artículo publicado en El Heraldo el 5 de junio de 1950, García Márquez relató su experiencia como hincha del Junior.
El escritor confesó que su asistencia al estadio Municipal – en donde jugaba el Junior como local – para presenciar el partido fue una experiencia transformadora. Desde temprano se sumergió en el ambiente frenético y apasionado de los hinchas, dejándose llevar por la emoción del juego. García Márque fue reticente en un principio, pero pronto se vio envuelto en la atmósfera del fútbol, perdiendo por completo el sentido del ridículo.
García Márquez describió con humor y agudeza los momentos clave del partido, destacando el dominio del Junior sobre Millonarios desde el primer momento. Además, elogió el desempeño de los jugadores del Junior, haciendo ingeniosas comparaciones entre ellos y reconocidos escritores y críticos literarios.
El artículo culminó con una invitación al doctor Adalberto Reyes para que se uniera a él, con la esperanza de convertirlo en hincha. Esta crónica no solo revela la pasión de Gabriel García Márquez por el fútbol y su querido Junior. También muestra su habilidad para capturar la esencia de un momento histórico a través de la escritura. Esa misma que lo llevaría a ganar un premio Nobel de Literatura y a convertirse en el escritor de habla hispana más leído del mundo. Le puede interesar: JORGE CARRASCAL MARCÓ EN LA COPA DE RUSIA
La columna completa
El juramento
Por: Gabriel García Márquez (publicado en El Heraldo el 5 de junio de 1950)
Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado.
Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del Municipal.
El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo.
Ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores. Es que con ese solo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad.
No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer, pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a decir lo que vi –o lo que creí ver ayer tarde– para darme el lujo de empezar bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía.
En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?).
Por otra parte, si los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía.
Haroldo, por su parte, habría sido una especie de Marcelino Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para estar en todas partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo simultáneamente a once señores, como si de lo que se tratara no fuera de colocar un gol sino de escribir todos los mamotretos que don Marcelino escribiera.
Berascochea habría sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero así hubiera escrito setecientos tomos, todos ellos habrían sido acerca de la importancia de las cabezas de alfiler.
Y qué gran crítico de artes habría sido Dos Santos –que ayer se portó como cuatro– cortándole el paso a todos los escribidorcillos que pretendieran llegar, así fuera con los mayores esfuerzos, a la portería de la inmortalidad.
De Latour habría escrito versos. Inspirados poemas de largometraje, cosa que no podría decirse de Ary. Porque de Ary no puede decirse nada, ya que sus compañeros del Junior no le dieron oportunidad de demostrar al menos sus más modestas condiciones literarias.
Y esto por no entrar con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de retórica.
No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago –públicamente– a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor Adalberto Reyes, a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el primer partido de la segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo –desde el punto de vista deportivo– la oveja descarriada.
Foto: Tomada de El Universal de Cartagena